viernes, 31 de julio de 2020

LLUVIA, Ángela Martínez


Durante semanas se planeó la fiesta anual del ayuntamiento. Esta vez había de tener lugar al aire libre, en el campo, por lo que se tomaron las precauciones posibles.

Observatorio y pescadores fueron consultados, y el día fue cuidadosamente seleccionado; todos los augurios permitían suponer que sería el más perfecto del año.

Y de esta manera comenzó. Claro y hermoso, con abundante sol patinando sobre las parejas volcadas en el prado luminoso, que se llenó de canastas, de telas alegres, esparcidas sobre la hierba acogedora.

Y entonces, cuando todos disfrutaban de la fiesta, cuando nadie lo imaginaba, las primeras nubes ennegrecidas asomaron tímidas al final de los árboles, y las gotas de vanguardia, temblorosas y tibias, comenzaron a caer.

Los primeros que notaron la lluvia, callaron; trataron de ignorarla para hacerla desaparecer, pero ésta, tomando inesperada fuerza, se impuso sobre todas las predicciones.

Al principio creyeron que pasaría, que sólo sería una broma de la naturaleza, pero la lluvia, arreciando progresivamente, los hizo al fin, tras horas de espera al inútil abrigo de los árboles, regresar cabizbajos al pueblo, con la corriente sucia ya sobre los tobillos.

Llovió todo el resto del día y toda la noche. A la mañana siguiente continuaba lloviendo y, cuando después de tres días la situación comenzó a ser verdaderamente molesta, no mostraba indicios de cesar. 

Continuaron transcurriendo los días, y la lluvia, imperturbable, seguía envolviendo al pueblo. La gente ya se quejaba. El Observatorio era asediado a preguntas. Algunos culpaban a los astrónomos del extraño fenómeno. Los periódicos protestaban y hasta intentaban formular acusaciones, aunque no sabían exactamente a quién acusar.

Nadie salía de su casa sino por una imprescindible necesidad, y las casas y las calles empezaron a tomar aspecto húmedo, desolado.

Más días y semanas y meses transcurrieron, y mientras los científicos trataban de descubrir la causa de la misteriosa e incesante lluvia para detenerla, la gente comenzó a aburrirse en sus casas y a salir de nuevo. Las calles se animaron otra vez, e industrias como las de capas de agua y paraguas florecieron.

La inventiva popular se aguzó y pronto aparecieron objetos que hacían más cómoda la vida bajo el agua. Hasta los más tímidos abandonaron sus hogares y comenzaban a aprender a vivir en la lluvia.

Y así, a medida que pasaron los años, comenzó a operarse en los habitantes del pueblo un cambio extraño. Se acostumbraron de tal manera a su lluvia, que se sentían mejor bajo ella que dentro de sus casas. La mayoría dejó de usar paraguas u otros protectores. Las casas se derrumbaban por efecto de la prolongada humedad, y sus moradores no se preocupaban de rehacerlas, sino que se instalaban en el agua. Algunos llegaron a destruir ellos mismos sus hogares, ya absolutamente innecesarios.

Incluso el aspecto físico de la gente había cambiado. Sus extremidades tomaron forma de aletas, y todos lucían como si tuviesen agallas. Los niños que nacían aprendían a nadar de inmediato.

Eran por completo felices en el elemento líquido y hasta se enorgullecían de ser el único pueblo que contaba con lluvia constante. Si, por casualidad, algún joven aventurero se atrevía a traspasar los límites del pueblo, fuera de los cuales no llovía, regresaba aterrado y arrepentido de su experiencia.

Mas, de repente, tal como había venido, sin un aviso, sin una señal, cesó la lluvia y salió de nuevo el sol, y los habitantes del pueblo de mi historia no pudieron sufrir esta vez un nuevo cambio; debilitados en su capacidad de adaptación, no se sintieron lo suficientemente fuertes para intentar un retorno a su existencia anterior, por lo que fueron muriendo poco a poco, como peces al aire, enterrados en el fango.

Algunos dirán que la suerte de estas gentes ha sido demasiado cruel, pero la vida desconoce la piedad. Hoy el pueblo no es más que un recuerdo en la memoria de algunos que se dicen supervivientes, pero que ni siquiera recuerdan cómo se llamaba. O si verdaderamente existió, y esto es lo único cierto.

Cuentos cubanos (Antología), Laia. 

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