La primera de las aventuras de Ulises y sus hombres durante su regreso a Ítaca tuvo lugar en la Tracia.
Sucedió que al poco de hacerse a la mar desde las costas de Troya, el viento desvió las naves donde viajaban los itaquenses al país de los cicones. Como Ulises y los suyos eran hombres de guerra, decidieron atacar por sorpresa la capital del reino, Ísmaro. Allí mataron a muchos y lograron hacerse con un buen botín. Cuando hubieron repartido las riquezas y víveres atesorados tras el ataque, Ulises se dirigió a sus compañeros y les instó a abandonar aquellas tierras.
– Es peligroso quedarse aquí por más tiempo. –Temía que los cicones pudieran vengarse– Vayámonos ya. Ítaca nos espera.
Los hombres no quisieron escuchar a Ulises, a pesar de que lo amaban y respetaban, y para celebrar su victoria, degollaron muchas ovejas y comenzaron a beber vino.
Fue una gran imprudencia, pues mientras estuvieron así, comiendo y bebiendo, los cicones llamaron a otros de los suyos que vivían en el interior del país y eran expertos en luchar a caballo y a pie.
Por la mañana vinieron tantos que era imposible contarlos. Se pusieron en formación frente a las naves y entablaron una feroz lucha con sus lanzas de bronce.
Mientras fue de día y el sol alumbraba, los hombres de Ulises contuvieron su furioso ataque pero, al atardecer, ya no pudieron resistir más. Cayeron seis valientes hombres de cada embarcación y, los demás, a duras penas lograron salvarse de una muerte segura.
Las naves se hicieron a la mar pero el padre de los dioses Zeus, molesto, levantó contra los barcos una gran tempestad, que los desvío de la ruta hacia su hogar.
Durante nueve días los vientos soplaron con fuerza. Los barcos se movían a merced de las olas. Los hombres remaban sin descanso, pese a que comenzaban a agotarse.
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