MILAGRO DEL CLÉRIGO SIMPLE
Era un simple clérigo pobre en sabiduría,
su misa a Santa María decía cada día,
no sabía decir otra, siempre la repetía,
más la sabía por uso que por sabiduría.
Fue el misacantano al obispo acusado
de que era idiota y mal clérigo probado:
“Salve Sancta Parens” sólo tenía usado,
no sabía otra misa el torpe embargado.
Fue duramente movido el obispo a saña.
dijo: “Nunca de prete alguno oí tal hazaña”.
Mandó: “Decid al hijo de tan mala entraña
que venga ante mí y no se ande con mañas”.
Vino ante el obispo el preste pecador,
tenía por el gran miedo perdida la color.
No podía de vergüenza mirar a su señor,
nunca estuvo el mezquino en condición peor.
Díjole el obispo: “Preste, dime la verdad,
si es tal como dicen la tu necedad.”
Díjole el buen hombre: “Señor, por caridad,
si dijese que no, diría falsedad”.
Díjole el obispo:” Cuando no tiene ciencia
para cantar otra misa, ni tiene sentido ni potencia,
Te prohíbo que oficies, lo pongo por sentencia:
vive como mereces con otras ocurrencias”.
Hizo el preste su vía triste y desairado,
no sabía qué hacer de tan avergonzado,
recurrió a la Gloriosa lloroso y desolado,
que le diera un consejo porque estaba aterrado
La madre Gloriosa, madre sin lesión,
Apareciósele al obispo luego en visión.
Díjole fuertes dichos, un pequeño sermón,
Descubriole con ello todo su corazón.
Díjole bravamente: “Don obispo lozano
contra mí, ¿por qué has estado tan fuerte y tan villano?
Yo nunca te falté ni por valor de un grano
y tú me has faltado a mí de un capellano.
El que cantaba mi misa sin perder ningún día,
tú dijiste que erraba, de hereje lo ponías:
lo juzgaste por bestia, de mollera vacía,
le quitaste la orden de la capellanía.
Si tú no le mandares decir la misa mía
como solía decirla, muy gran querella habría:
y tú serás finado el trigésimo día.
¡Entonces verás qué vale la saña de María!
Quedó con amenazas el obispo espantado,
mandó buscar deprisa a aquel preste vedado,
rogole perdonase lo que había pasado,
porque en su asunto fue cruelmente engañado.
Mandolo que cantase como solía cantar,
fuese de la Gloriosa el siervo de su altar
y si algo le faltase para vestir o calzar
que a él se lo pidiese que lo habría de dar.
Tornó el hombre bueno en su capellanía
sirvió a la Gloriosa, madre Santa María;
murió en su oficio, un fin que yo querría
y fue el alma a la gloria a la dulz cofradía.
No podríamos nos tanto escribir ni rezar,
aun cuando bien pudiésemos muchos años durar;
tantos son los milagros que podríamos contar
los que por la Gloriosa se quiso Dios mostrar.
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