jueves, 7 de febrero de 2019

SHAKESPEARE: Hamlet


MONÓLOGO ACTO III. 
¡Ser o no ser: esa es la cuestión! ¿Qué es más noble para el alma: sufrir los golpes y las flechas de la ultrajante Fortuna, o tomar las armas contra un mar de zozobras y, haciéndoles frente, acabar con ellas? Morir: dormir, no más. ¡Y decir que con un sueño acabamos con el sufrimiento del corazón y con los mil golpes naturales que son herencia de la carne...! He ahí un final devotamente deseable. Morir: dormir; dormir, tal vez soñar... Sí, ahí está la dificultad: porque es inevitable que nos detenga el pensar qué sueños pueden sobrevenir en ese sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado de esta maraña mortal. Tales son las reflexiones que confieren una vida larga al infortunio. Pues ¿quién soportaría los latigazos y ultrajes del tiempo, la injuria del opresor, la burla del soberbio, las penas del amor desdeñado, la demora de la justicia, la insolencia de los que mandan y la coces que el paciente mérito recibe de parte de los indignos, si uno mismo pudiera darse el descanso con un simple puñal? ¿Quién soportaría tales cargas, gimiendo y sudando bajo el peso de una vida fatigosa, si no fuera por el temor de algo más allá de la muerte, esa región desconocida, de cuyos confines no regresa ningún viajero, que desconcierta nuestra voluntad y nos lleva a aguantar los males que sufrimos, antes que volar hacia otros que desconocemos? Así, la conciencia natural de la resolución queda debilitado por los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayor aliento y relieve tuercen su curso con tales consideraciones y pierden el nombre de acción... Pero ¡silencio!...

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