jueves, 20 de febrero de 2020
SARA BÚHO: La inercia del silencio
¿Sabes? Si no los expulsas, los fantasmas te poseen. No hay quien logre acariciar con constancia la felicidad si no da un golpe sobre la mesa. Si no reconoce sus errores o sus malos aciertos. El pasado es un demonio que aparece por la noche en sueños, o de día en una decisión cualquiera. Se posa en los semáforos en ámbar y en los cepillos de dientes. No te dejará amar, y dañará en tu nombre el futuro de otros. Acariciará otras pieles con tus manos, y te agarrará el corazón con fuerza para entorpecer los sentimientos. Dibujará en tu rostro una mueca de tristeza en momentos felices, y sujetará tus piernas cuando pretendas huir. Si no entiendes qué hacen aquí ahora, si no les haces entender qué significaron, si no te hablas con sinceridad, no podrás recuperarte. El mundo está lleno de gente infeliz, perturbada por su pasado, insatisfecha con su presente y con futuros ausentes. Porque cuando menos te lo esperes, ya no sabrás distinguir qué queda de ti en los escombros.
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Tengo miedo de enamorarme de ti y que salga mal. Miedo de tener miedo y negarme a seguir la dirección que lleva a tu boca. Miedo de que cuando logre desnudar el miedo, ya no quede nada. Estoy aterrada por descubrir que todo lo nuevo es ya viejo, que no he aprendido nada. Se me encoge el corazón en defensa propia como si mi cuerpo supiera que entregándotelo lo perdería para siempre. Como si fuera a desvanecerme de nuevo, a olvidarme de mí. Me da pánico decirte que nos he imaginado mil veces haciendo mil tonterías, y que la más grande es no caer en esta historia. He perdido el miedo a decirte que lo tengo, hoy veo mis ojos reflejados en los tuyos y parece que sienten igual. Mi estómago me impulsa a buscarte una y otra vez, como si ya te conociera.
¿De qué sirve pasarlo mal si vamos a convertir lo malo en certeza, en norma?
Llevo años escondiéndome de mí misma por miedo a los demás, pero ya estoy aquí queriéndome.
He aprendido.
Y te quiero.
Y todo va a ir bien.
Nos lo prometo.
SARA BÚHO: La inercia del silencio
Dirás que nadie da lo que no tiene,
pero he visto a un ateo rezar a Dios
suplicando por una vida que se estaba llevando,
y he visto enemigos abrazarse
bajo la tormenta y el frío.
Si observas, la oportunidad
siempre viene prestada.
Solo hay que amar
con la poderosa y fugaz debilidad
del que lo ha perdido todo
hasta encontrarse.
domingo, 2 de febrero de 2020
VALLE-INCLÁN, Luces de bohemia
Callan y caminan en silencio. LOS SEPULTUREROS, acabada de apisonar la
tierra, uno tras otro beben a chorro de un mismo botijo. Sobre el muro de
lápidas blancas, las dos figuras acentúan su contorno negro. RUBÉN
DARÍO y EL MARQUÉS DE BRADOMÍN se detienen ante la mancha oscura de la tierra removida.
RUBÉN: Marqués, ¿cómo ha llegado usted a ser amigo de Máximo Estrella?
EL MARQUÉS: Max era hijo de un capitán carlista que murió a mi lado en la guerra. ¿Él contaba otra cosa?
RUBÉN: Contaba que ustedes se habían batido juntos en una revolución, allá en Méjico.
EL MARQUÉS: ¡Qué fantasía! Max nació treinta años después de mi viaje a Méjico. ¿Sabe usted la edad que yo tengo? Me falta muy poco para llevar un siglo a cuestas. Pronto acabaré, querido poeta. RUBÉN:¡Usted es eterno, Marqués!
EL MARQUÉS: ¡Eso me temo, pero paciencia!
Las sombras negras de LOS SEPULTUREROS -al hombro las azadas
lucientes- se acercan por la calle de tumbas. Se acercan.
EL MARQUÉS: Serán filósofos, como los de Ofelia?
RUBÉN: ¿Ha conocido usted alguna Ofelia, Marqués?
EL MARQUÉS: En la edad del pavo todas las niñas son Ofelias. Era muy pava aquella criatura, querido Rubén. ¡Y el príncipe, como todos los príncipes, un babieca!
RUBÉN: ¿No ama usted al divino William?
EL MARQUÉS: En el tiempo de mis veleidades literarias, lo elegí por maestro. ¡Es admirable! Con un filósofo tímido y una niña boba en fuerza de inocencia, ha realizado el prodigio de crear la más bella tragedia. Querido Rubén, Hamlet y Ofelia, en nuestra dramática española, serían dos tipos regocijados. ¡Un tímido y una niña boba! ¡Lo que hubieran hecho los gloriosos hermanos Quintero!
RUBÉN: Todos tenemos algo de Hamletos.
EL MARQUÉS: Usted, que aún galantea. Yo, con mi carga de años, estoy más próximo a ser la calavera de Yorik.
UN SEPULTURERO: Caballeros, si ustedes buscan la salida, vengan con nosotros. Se va a cerrar.
EL MARQUÉS: Rubén, ¿qué le parece a usted quedarnos dentro?
RUBÉN: ¡ Horrible!
EL
MARQUÉS: Pues
entonces sigamos a estos dos.
RUBÉN: Marqués, ¿quiere usted que mañana volvamos para poner una cruz sobre la sepultura de nuestro amigo?
EL MARQUÉS: ¡Mañana! Mañana habremos los dos olvidado ese cristiano propósito.
RUBÉN: ¡Acaso!
RUBÉN: Marqués, ¿quiere usted que mañana volvamos para poner una cruz sobre la sepultura de nuestro amigo?
EL MARQUÉS: ¡Mañana! Mañana habremos los dos olvidado ese cristiano propósito.
RUBÉN: ¡Acaso!
En
silencio y retardándose, siguen por el camino de LOS SEPULTUREROS, que, al revolver los ángulos
de las calles de tumbas, se detienen a esperarlos.
EL MARQUÉS: Los años no me permiten caminar más de prisa.
UN SEPULTURERO: No se excuse usted, caballero.
EL MARQUÉS: Pocos me faltan para el siglo.
OTRO SEPULTURERO: ¡Ya habrá usted visto entierros!
EL MARQUÉS: Si no sois muy antiguos en el oficio, probablemente más que vosotros. ¿Y se muere mucha gente esta temporada?
UN SEPULTURERO: No falta faena. Niños y viejos.
OTRO SEPULTURERO: La caída de la hoja siempre trae lo suyo.
EL MARQUÉS: ¿A vosotros os pagan por entierro?
UN SEPULTURERO: Nos pagan un jornal de tres pesetas, caiga lo que caiga. Hoy, a como está la vida, ni para mal comer. Alguna otra cosa se saca. Total, miseria.
OTRO SEPULTURERO: En todo va la suerte. Eso lo primero.
UN SEPULTURERO: Hay familias que al perder un miembro, por cuidarle de la sepultura, pagan uno o dos o medio. Hay quien ofrece y no paga. Las más de las familias pagan los primeros meses. Y lo que es el año, de ciento, una. ¡Dura poco la pena!
EL MARQUÉS: ¿No habéis conocido ninguna viuda inconsolable?
UN SEPULTURERO: ¡Ninguna! Pero pudiera haberla.
EL MARQUÉS: ¿Ni siquiera habéis oído hablar de Artemisa y Mausoleo?
UN SEPULTURERO: Por mi parte, ni la menor cosa.
OTRO SEPULTURERO: Vienen a ser tantas las parentelas que concurren a estos lugares, que no es fácil conocerlas a todas.
OTRO SEPULTURERO: ¡Ya habrá usted visto entierros!
EL MARQUÉS: Si no sois muy antiguos en el oficio, probablemente más que vosotros. ¿Y se muere mucha gente esta temporada?
UN SEPULTURERO: No falta faena. Niños y viejos.
OTRO SEPULTURERO: La caída de la hoja siempre trae lo suyo.
EL MARQUÉS: ¿A vosotros os pagan por entierro?
UN SEPULTURERO: Nos pagan un jornal de tres pesetas, caiga lo que caiga. Hoy, a como está la vida, ni para mal comer. Alguna otra cosa se saca. Total, miseria.
OTRO SEPULTURERO: En todo va la suerte. Eso lo primero.
UN SEPULTURERO: Hay familias que al perder un miembro, por cuidarle de la sepultura, pagan uno o dos o medio. Hay quien ofrece y no paga. Las más de las familias pagan los primeros meses. Y lo que es el año, de ciento, una. ¡Dura poco la pena!
EL MARQUÉS: ¿No habéis conocido ninguna viuda inconsolable?
UN SEPULTURERO: ¡Ninguna! Pero pudiera haberla.
EL MARQUÉS: ¿Ni siquiera habéis oído hablar de Artemisa y Mausoleo?
UN SEPULTURERO: Por mi parte, ni la menor cosa.
OTRO SEPULTURERO: Vienen a ser tantas las parentelas que concurren a estos lugares, que no es fácil conocerlas a todas.
Caminan muy despacio. RUBÉN, meditabundo, escribe alguna
palabra en el sobre de una carta. Llegan a la puerta, rechina la verja negra. EL MARQUÉS, benevolente, saca de la capa
su mano de marfil y reparte entre los enterradores algún dinero.
EL MARQUÉS: No sabéis mitología, pero sois dos filósofos estoicos. Que sigáis viendo muchos entierros.
UN SEPULTURERO: Lo que usted ordene. ¡Muy agradecido!
OTRO SEPULTURERO: Igualmente. Para servir a usted, caballero.
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