Callan y caminan en silencio. LOS SEPULTUREROS, acabada de apisonar la
tierra, uno tras otro beben a chorro de un mismo botijo. Sobre el muro de
lápidas blancas, las dos figuras acentúan su contorno negro. RUBÉN
DARÍO y EL MARQUÉS DE BRADOMÍN se detienen ante la mancha oscura de la tierra removida.
RUBÉN: Marqués, ¿cómo ha llegado usted a ser amigo de Máximo Estrella?
EL MARQUÉS: Max era hijo de un capitán carlista que murió a mi lado en la guerra. ¿Él contaba otra cosa?
RUBÉN: Contaba que ustedes se habían batido juntos en una revolución, allá en Méjico.
EL MARQUÉS: ¡Qué fantasía! Max nació treinta años después de mi viaje a Méjico. ¿Sabe usted la edad que yo tengo? Me falta muy poco para llevar un siglo a cuestas. Pronto acabaré, querido poeta. RUBÉN:¡Usted es eterno, Marqués!
EL MARQUÉS: ¡Eso me temo, pero paciencia!
Las sombras negras de LOS SEPULTUREROS -al hombro las azadas
lucientes- se acercan por la calle de tumbas. Se acercan.
EL MARQUÉS: Serán filósofos, como los de Ofelia?
RUBÉN: ¿Ha conocido usted alguna Ofelia, Marqués?
EL MARQUÉS: En la edad del pavo todas las niñas son Ofelias. Era muy pava aquella criatura, querido Rubén. ¡Y el príncipe, como todos los príncipes, un babieca!
RUBÉN: ¿No ama usted al divino William?
EL MARQUÉS: En el tiempo de mis veleidades literarias, lo elegí por maestro. ¡Es admirable! Con un filósofo tímido y una niña boba en fuerza de inocencia, ha realizado el prodigio de crear la más bella tragedia. Querido Rubén, Hamlet y Ofelia, en nuestra dramática española, serían dos tipos regocijados. ¡Un tímido y una niña boba! ¡Lo que hubieran hecho los gloriosos hermanos Quintero!
RUBÉN: Todos tenemos algo de Hamletos.
EL MARQUÉS: Usted, que aún galantea. Yo, con mi carga de años, estoy más próximo a ser la calavera de Yorik.
UN SEPULTURERO: Caballeros, si ustedes buscan la salida, vengan con nosotros. Se va a cerrar.
EL MARQUÉS: Rubén, ¿qué le parece a usted quedarnos dentro?
RUBÉN: ¡ Horrible!
EL
MARQUÉS: Pues
entonces sigamos a estos dos.
RUBÉN: Marqués, ¿quiere usted que mañana volvamos para poner una cruz sobre la sepultura de nuestro amigo?
EL MARQUÉS: ¡Mañana! Mañana habremos los dos olvidado ese cristiano propósito.
RUBÉN: ¡Acaso!
RUBÉN: Marqués, ¿quiere usted que mañana volvamos para poner una cruz sobre la sepultura de nuestro amigo?
EL MARQUÉS: ¡Mañana! Mañana habremos los dos olvidado ese cristiano propósito.
RUBÉN: ¡Acaso!
En
silencio y retardándose, siguen por el camino de LOS SEPULTUREROS, que, al revolver los ángulos
de las calles de tumbas, se detienen a esperarlos.
EL MARQUÉS: Los años no me permiten caminar más de prisa.
UN SEPULTURERO: No se excuse usted, caballero.
EL MARQUÉS: Pocos me faltan para el siglo.
OTRO SEPULTURERO: ¡Ya habrá usted visto entierros!
EL MARQUÉS: Si no sois muy antiguos en el oficio, probablemente más que vosotros. ¿Y se muere mucha gente esta temporada?
UN SEPULTURERO: No falta faena. Niños y viejos.
OTRO SEPULTURERO: La caída de la hoja siempre trae lo suyo.
EL MARQUÉS: ¿A vosotros os pagan por entierro?
UN SEPULTURERO: Nos pagan un jornal de tres pesetas, caiga lo que caiga. Hoy, a como está la vida, ni para mal comer. Alguna otra cosa se saca. Total, miseria.
OTRO SEPULTURERO: En todo va la suerte. Eso lo primero.
UN SEPULTURERO: Hay familias que al perder un miembro, por cuidarle de la sepultura, pagan uno o dos o medio. Hay quien ofrece y no paga. Las más de las familias pagan los primeros meses. Y lo que es el año, de ciento, una. ¡Dura poco la pena!
EL MARQUÉS: ¿No habéis conocido ninguna viuda inconsolable?
UN SEPULTURERO: ¡Ninguna! Pero pudiera haberla.
EL MARQUÉS: ¿Ni siquiera habéis oído hablar de Artemisa y Mausoleo?
UN SEPULTURERO: Por mi parte, ni la menor cosa.
OTRO SEPULTURERO: Vienen a ser tantas las parentelas que concurren a estos lugares, que no es fácil conocerlas a todas.
OTRO SEPULTURERO: ¡Ya habrá usted visto entierros!
EL MARQUÉS: Si no sois muy antiguos en el oficio, probablemente más que vosotros. ¿Y se muere mucha gente esta temporada?
UN SEPULTURERO: No falta faena. Niños y viejos.
OTRO SEPULTURERO: La caída de la hoja siempre trae lo suyo.
EL MARQUÉS: ¿A vosotros os pagan por entierro?
UN SEPULTURERO: Nos pagan un jornal de tres pesetas, caiga lo que caiga. Hoy, a como está la vida, ni para mal comer. Alguna otra cosa se saca. Total, miseria.
OTRO SEPULTURERO: En todo va la suerte. Eso lo primero.
UN SEPULTURERO: Hay familias que al perder un miembro, por cuidarle de la sepultura, pagan uno o dos o medio. Hay quien ofrece y no paga. Las más de las familias pagan los primeros meses. Y lo que es el año, de ciento, una. ¡Dura poco la pena!
EL MARQUÉS: ¿No habéis conocido ninguna viuda inconsolable?
UN SEPULTURERO: ¡Ninguna! Pero pudiera haberla.
EL MARQUÉS: ¿Ni siquiera habéis oído hablar de Artemisa y Mausoleo?
UN SEPULTURERO: Por mi parte, ni la menor cosa.
OTRO SEPULTURERO: Vienen a ser tantas las parentelas que concurren a estos lugares, que no es fácil conocerlas a todas.
Caminan muy despacio. RUBÉN, meditabundo, escribe alguna
palabra en el sobre de una carta. Llegan a la puerta, rechina la verja negra. EL MARQUÉS, benevolente, saca de la capa
su mano de marfil y reparte entre los enterradores algún dinero.
EL MARQUÉS: No sabéis mitología, pero sois dos filósofos estoicos. Que sigáis viendo muchos entierros.
UN SEPULTURERO: Lo que usted ordene. ¡Muy agradecido!
OTRO SEPULTURERO: Igualmente. Para servir a usted, caballero.
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