viernes, 8 de junio de 2018

PROYECTO SHEREZADE: Imagínate que te quiero.



IMAGÍNATE QUE TE QUIERO.

El graffiti, con una horrenda caligrafía y sin ningún afán artístico, pudo ser leído por todos al llegar aquella mañana a las puertas del Instituto:

IMAGÍNATE QUE TE QUIERO

La sorpresa fue mayúscula. El Instituto siempre había estado libre de pintadas, lo cual era un misterio porque en la ciudad proliferaban en cualquier pared libre que tuviera más de un metro de ancho.
-Verás cuando lo vea el dire.
-¿A quién se le habrá ocurrido?
-Ya ni aquí nos libramos.
-¡Qué romántico!
-¡Qué mal gusto!
-A mí, seguro que me lo han escrito a mí.
Mario escuchaba los comentarios mientras se dirigía a clase y aún allí el tema siguió presente, desde el saludo del profesor, abominando de los salvajes que se dedicaban a destrozar la estética de la ciudad, hasta los cuchicheos de Silvia, que le interesaban bastante más que las opiniones de su profe de Matemáticas.
-¿Quién habrá sido? ¿Por qué lo habrán escrito?
Mario no perdió la oportunidad. Desde que empezó el curso y se fijó en Silvia, esperaba cualquier excusa que le permitiera acercarse a ella, y desde luego no le había pasado desapercibido el afán de enterarse de todo que tenía la muchacha, esa bendita curiosidad que él iba a aprovechar.
-No es difícil de imaginar.
-¿Que no? ¿Qué imaginas tú, Mario? El profesor ya había empezado la clase, así que Mario susurró: "luego, en el recreo". Le encantó ver a Silvia inquieta las primeras horas de clase y dirigiéndole miradas urgentes que le indicaban que había conseguido captar su atención y que estaba esperando ansiosamente el recreo.
-Mira, no hay más que fijarse en la letra y en el tipo de tinta. No todo el mundo va con sprays marrones en los bolsillos -sentado en la escalera de la entrada, Mario tenía un pequeño auditorio interesado en sus palabras aunque él sólo miraba a Silvia-. La letra es malísima y desigual. El color nada llamativo, poco artístico, así que tiene que ser alguien que no ha hecho un graffiti en su vida. Además, si os fijáis, parece que iba a seguir escribiendo; tiene el aspecto de una pintada incompleta. Igual pasó alguien, o tuvo miedo de que lo vieran o la persona a la que escribía le dijo que no hacía falta que siguiera.
-Entonces, ¿tú piensas que es un hombre? -le preguntó Silvia.
-Yo creo que es un chico joven, como nosotros. Creo que pasa por aquí delante habitualmente, con su novia en la moto.
-¿Por qué en la moto?
Mario continuó con su hipótesis.
-No sé, lo imagino así. El graffiti es precipitado, no es bonito. Parece que ha elegido el instituto porque le cogía de paso, porque era la pared más cercana en aquel momento. Ni siquiera parece haberle importado que el color marrón destaque poco sobre los ladrillos rojos. Creo que estaba peleando con su novia, que peleaban habitualmente. Que ella desconfiaba de su cariño y que él, para demostrárselo, decidió hacer algo extraño en él: buscar cualquier pintura, saltar la valla de un edificio público, pintar... Primero pensó escribirle una declaración de amor, pero luego pensó en un reto y lo hizo allí, delante de ella, adelantándole las palabras que iba a escribir. Ella no lo dejó terminar. Creo que la sorprendió el gesto, que la conmovió. Puede que por algún tiempo abandone sus dudas, que lo mime...
Cuando Mario suspendió su discurso, el grupito reaccionó sorprendido.
-Hijo, qué imaginación -soltó una de las amigas de Silvia. Ésta parecía extasiada. Dirigió una mirada soñadora a las motos aparcadas en la puerta. La gente había empezado a abandonar el patio y a dirigirse a las clases. Mario oía retazos de conversaciones con los temas habituales y sonrió ligeramente. Se alegró de que Silvia pareciera ser la más interesada en el graffiti, en la historia del graffiti. Hubiese preferido que estuviera más interesada en él que en sus historias, pero a falta de pan...Al día siguiente la pintada seguía en su sitio. Mario, en el recreo, volvió a sentarse en las escaleras, en el mismo sitio del día anterior, deseando que Silvia acudiera, dispuesto a inventar cualquier historia para ella. Y no supo si fue la fuerza de su deseo, pero antes de acabarse el bocadillo apareció con una de sus amigas.
-Mario, la historia que nos contaste ayer... ¿es que tú conoces a esa gente?
-No, Silvia, no los conozco. A veces he visto por el barrio alguna pareja en moto, a veces los he oído discutir. Lo demás lo he imaginado. Uno puede imaginar cualquier cosa. Algunas noches también he visto a dos chavales que corren por aquí. Imagínate que uno de ellos se ha enamorado del otro pero que tiene miedo de decírselo porque sabe que sus preferencias son distintas a las suyas.
-¿Un marica?
-¿Por qué no? Llevan mucho tiempo compartiendo esos entrenamientos nocturnos. Hablan de competiciones, miden tiempos, comparten información. Uno de ellos no tiene ni idea de lo que siente el otro; ni siquiera sospecha que sea homosexual. Y éste, cada vez más atenazado por su secreto, decide hacérselo llegar, de alguna manera. Una noche lleva riñonera y un spray, salta la valla, pinta y sigue corriendo. El amigo se queda estupefacto. Primero, de verlo alejarse y saltar. Va a preguntarle qué es lo que está haciendo pero lee la pintada y se queda mudo. Piensa en silencio y sólo le dice que está loco. No se atreve a preguntar nada. Empieza a sospechar y a atar hilos sueltos. Le da miedo hablar, perder a su compañero de entrenamientos y ni siquiera sabe si al día siguiente va a ser capaz de salir a correr con él.
-Seguro que lo manda a hacer puñetas -a la amiga de Silvia el comentario le ha salido del alma.
-Yo anoche los vi correr -afirma Mario sonriendo. Silvia lo mira con una mezcla de desconfianza, sorpresa e interés. ¿A qué está jugando Mario?. Ayer le cuenta una historia romántica preciosa y hoy sale con este extraño rollo de los corredores. Pero Mario no le da tiempo para que pregunte nada; prácticamente la deja con la palabra en la boca y le dice que tiene que irse a clase, que el recreo hace cinco minutos que ha terminado. Luego, en clase, él está tan atento como siempre a las explicaciones de los profesores, o al menos eso parece.
El tercer día después del graffiti, Mario encuentra a Silvia cuando él llega a las escaleras. Ella se le ha adelantado y está allí con su amiga del día anterior.
-Venga Mario, te estamos esperando. No te nos escapes como ayer. Explícanos de verdad qué sabes tú del graffiti.
Mario sonríe verdaderamente divertido. Nunca pensó en un éxito tal.
-Pues sí que sé la historia de verdad, pero no sé si debo contarla. Ha llegado hoy a mis oídos por casualidad, de la manera más extraña.
-Venga Mario, no seas así, enróllate.
Mario mira alrededor por comprobar si alguien escucha pero los demás están en lo suyo.
-El graffiti lo ha hecho un profesor -dice, y calla observando las miradas incrédulas de las dos amigas-. Se ha enamorado de una compañera. Ella está casada, pero es muy fantasiosa y él ha pensado que podía ser una manera divertida de atraerla. Ella se ha enfadado mucho cuando él se lo ha dejado caer, pero da la impresión de que ha logrado un primer paso. Parece increíble.
-¿Y quiénes se supone que son los dos profesores? -pregunta Silvia inquisidora.
Mario vuelve a mirar alrededor y baja un poco la voz.
-El de Matemáticas..., y la de Ética.
A sus palabras le responden dos sonoras y estruendosas carcajadas.
-Eres el colmo. ¡Qué embustero! ¿Es que no nos vas a decir la verdad?
-El de Matemáticas... y la de Ética... ¡Venga ya!
Las muchachas lo miran y vuelven a reírse; ¡este Mario! Luego se marchan escaleras arriba. Mario las mira. Mira sobre todo la espalda de Silvia, la melena de Silvia. Oye su risa. No sabe si ella va a volver a buscarlo mañana. No sabe, si vuelve, qué historia va a contarle mañana. Sí sabe que no va a atreverse a contarle la historia de verdad, esa que ella no puede imaginar. Que él, hace tres noches, saltó una valla por pensar que tenía la remota posibilidad de intrigarla y poder convertirse en la pobre imitación de Sherezade que ahora era.
Mario sonríe. ¿Qué va a hacer si no?

Arriba, en el muro de ladrillos, y por orden del director, el señor de mantenimiento está rociando la pintada con un buen chorro de disolvente.

Rosario Aguilera Costales.

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