domingo, 20 de enero de 2019

FRAY LUIS DE LEÓN: Oda XVII


ODA XVII. EN UNA ESPERANZA QUE SALIÓ VANA.


Huid, contentos, de mi triste pecho;
¿qué engaño os vuelve a do nunca pudistes
tener reposo ni hacer provecho?

Tened en la memoria cuando fuistes
con público pregón, ¡ay!, desterrados
de toda mi comarca y reinos tristes,

a do ya no veréis sino nublados,
y viento, y torbellino, y lluvia fiera,
suspiros encendidos y cuidados.

No pinta el prado aquí la primavera,
ni nuevo sol jamás las nubes dora,
ni canta el ruiseñor lo que antes era.

La noche aquí se vela, aquí se llora
el dia miserable sin consuelo
y vence el mal de ayer el mal de agora.

Guardad vuestro destierro, que ya el suelo
no puede dar contento al alma mía,
si ya mil vueltas diere andando el cielo.

Guardad vuestro destierro, si alegría,
si gozo, y si descanso andáis sembrando,
que aqueste campo abrojos solo cría.

Guardad vuestro destierro, si tornando
de nuevo no queréis ser castigados
con crudo azote y con infame bando.

Guardad vuestro destierro que, olvidados
de vuestro ser, en mí seréis dolores:
¡tal es la fuerza de mis duros hados!

Los bienes más queridos y mayores
se mudan, y en mi daño se conjuran,
y son, por ofenderme, a sí traidores.

Mancíllanse mis manos, si se apuran;
la paz y la amistad, que es cruda guerra;
las culpas faltan, más las penas duran.

Quien mis cadenas más estrecha y cierra
es la inocencia mía y la pureza;
cuando ella sube, entonces vengo a tierra.

Mudó su ley en mí naturaleza,
y pudo en mí el dolor lo que no entiende
ni seso humano ni mayor viveza.

Cuanto desenlazarse más pretende
el pájaro captivo, más se enliga,
y la defensa mía más me ofende.

En mí la culpa ajena se castiga
y soy del malhechor, ¡ay!, prisionero,
y quieren que de mí la Fama diga:

«Dichoso el que jamás ni ley ni fuero,
ni el alto tribunal, ni las ciudades,
ni conoció del mundo el trato fiero.

Que por las inocentes soledades,
recoge el pobre cuerpo en vil cabaña,
y el ánimo enriquece con verdades.

Cuando la luz el aire y tierras baña,
levanta al puro sol las manos puras,
sin que se las aplomen odio y saña.

Sus noches son sabrosas y seguras,
la mesa le bastece alegremente
el campo, que no rompen rejas duras.

Lo justo le acompaña, y la luciente
verdad, la sencillez en pechos de oro,
la fee no colorada falsamente.

De ricas esperanzas almo coro,
y paz con su descuido le rodean,
y el gozo, cuyos ojos huye el lloro.»

Allí, contento, tus moradas sean;
allí te lograrás, y a cada uno
de aquellos que de mi saber desean,
les di que no me viste en tiempo alguno.

DIVINA COMEDIA: Sonrisa de Beatriz


La sonrisa de Beatriz
«¿Dónde está ella?» —dije yo de pronto.
 Y él: «Para que se acabe tu deseo

me ha movido Beatriz desde mi puesto:
y si miras el círculo tercero

del sumo grado, volverás a verla                   5
 en el trono que en suerte le ha cabido».
Sin responderle levanté los ojos,
 y vi que ella formaba una corona
 con el reflejo de la luz eterna. [...]
«Oh mujer que das fuerza a mi esperanza, 10
 y por mi salvación has soportado

tu pisada dejar en el infierno,
de tantas cosas cuantas aquí he visto,
de tu poder y tu misericordia

la virtud y la gracia reconozco.
La libertad me has dado siendo siervo
 por todas esas vías, y esos medios

que estaba permitido que siguieras». [...]
Así recé; y aquella, tan lejana

como la vi, me sonrió mirándome;

luego volvió hacia la fuente incesante.  

sábado, 19 de enero de 2019

MANUAL DE ORTOGRAFÍA, Pilar Galán.

 
  No preguntas nunca, me acaricias. Dibujas interrogaciones con tus dedos. Me llenas de puntos suspensivos, salpicas la cama de cursivas.

     Intento hablar, no me dejas, me tapas la boca con tus manos, me llenas la boca de tus manos, como si atraparas mis palabras, me arrancas las cosas que quiero decirte y las arrojas fuera.
(...)
     Luego, abrazada a ti, pregunto, no contestas, no me mimas, no dejas ni un resquicio a la esperanza. Dices, acabará pronto, tiene que acabarse, mientras tus dedos acarician mi espalda, te irás, cuando tú quieras, somos libres. Dejas caer tus palabras con descuido, sin miedo, certeras como dardos, agudas. Las recibo en silencio, sin protesta, me dejo hacer. Como siempre, también en esto me llevas ventaja.
(...)
     Luego me ducho rápido, en silencio. Me da vergüenza mostrarte ahora mi cuerpo desnudo. Salgo disparada, sin mirarte, pero aún me queda aguantar tus bromas, tu intento según tú de quitar hierro a los asuntos...

     A cada duda respondes con certezas. Digo, me hace daño venir. Dices tú, no vengas. No es tan fácil, te contesto. Si te sientes mal, no vengas, repites, tan distante que dan ganas de arrojarte a la cara tus caricias.

     Hablas mejor que yo, al menos de estos temas. Estás acostumbrado a tratar con sentimientos: los vendes, los pesas y analizas, subrayas, recortas, coloreas. Pones negritas y mayúsculas, llevas una base de datos con comillas. De cuando en cuando sacas una frase, la agitas ante mí, la estiras, desempolvas su sujeto y predicado. Esto dijiste la semana pasada. Otra vez prometiste que no iba a pasar nunca más. No te quejes ahora. 

     No puedo pelear contigo en ese campo, tienes razón. Me asustan tus adverbios: nunca, siempre, ahora, sobre todo ese ahora elástico y perecedero en que quieres instalar lo que me pasa. Que dure lo que tenga que durar, me dices, eligiendo con mimo las palabras.

     Yo me callo. Me trago sustantivos, nexos, oraciones enteras. No me atrevo a hablar. Sé que tú tampoco, que lo que me dices no es del todo cierto, que te has blindado contra mí para no hacerte daño. Te prefería al principio, sobre todo, cuando jurábamos de verdad que las cosas eran imposibles, que nada iba a suceder, que no podíamos ser tan locos. Cuando intento decírtelo, te sonríes. Si sé que vas a dejarme para qué enamorarme de ti, no puedo enamorarme de alguien que no me necesite.

     Asiento, con un nudo en la garganta, con un tapón que forman subjuntivos, los si fuera del mundo, los acasos, los ojalá que me prohibes porque no tienen sentido. Solo hablamos en imperativos e indicativos. Nunca condicionales, nunca deseos. Tu gramática no deja lugar al imperfecta, no caben tampoco los futuros. En tu sintaxis todo es enunciativo, breve, rápido y certero.

     Dices, si no quieres venir, no vengas, no me llames, no me busques. Sé sensata. No utilizas nunca un adjetivo. Tu lingüística está hecha con los años que me sacas, a jirones de otras mujeres, de cosas pasadas, y la impones con energía a tu discípula, sin piedad alguna por mi bien. Sigue las instrucciones y no saldrás dañada. Pero yo no puedo ser tan fría.
(...)
     Al compás de los días enhebro mi discurso, reparto con cuidado conjunciones, añado núcleos mentirosos, digo: tenemos que dejarlo, me haces daño, pero mi mano se empeña en escribir, acude, corre, dame besos, deja que mi cuerpo nazca par tus dedos, dibuja otra vez interrogaciones, no preguntes.

     Salpico mi texto de cursivas, subrayo lo importante, distribuyo mayúsculas y negritas, razono, expongo mi tesis, intento ser sensata, construyo un texto argumentativo, te narro, dialogo, trato de describirte, me convierto en narrador omnisciente, me vuelvo personaje, escribo prólogos y epílogos, me muero por borrarte de mi índice.

     Con mi texto corregido, te llamo el día anterior como una niña, temblando de los pies a la cabeza, presintiendo como siempre que vuelvo a equivocarme. La pasión empieza en el segundo exacto en que empiezo a marcar tu número.
(...)
     Contestas por fin. (...) Luego, como siempre, hago el ridículo.
(...)
     No preguntas nada, me acaricias, dibujas interrogaciones con tus dedos, salpicas la cama de cursivas. Mi cuerpo es tu folio en blanco, lo dibujas, lo llenas de palabras nunca dichas, arrancas jadeos y aliteraciones, curvas de entonación, acentos, súplicas... Me muero en cada palabra que no dices, despierto en cada caricia sin sonido.

     No preguntas nada, solo recorres las páginas con tus manos, borrando subrayados, tesis, conclusiones, riéndote a carcajadas del narrador omnisciente, mezclando descripciones, comas, negritas y mayúsculas.

     Y, cuando estoy vacía, me llenas de nuevo, con tus signos.

     Pon punto final.

     Te lo suplico.

MADRIGAL, Gutierre de Cetina

  Ojos claros, serenos,  si de un dulce mirar sois alabados ¿por qué, si me miráis, miráis airados? Si cuanto más piadosos, más bellos parec...