Hace años, en Kiev,
me contaron por qué los jugadores del Dínamo habían merecido una estatua.
Me contaron una
historia de los años de la guerra.
Ucrania ocupada por
los nazis. Los alemanes organizan un partido de fútbol. La selección nacional
de sus fuerzas armadas contra el Dínamo de Kiev, formado por obreros de la
fábrica de paños: los superhombres contra los muertos de hambre.
El estadio está
repleto. Las tribunas se encogen, silenciosas, cuando el ejército vencedor mete
el primer gol de la tarde; se encienden cuando el Dínamo empata; estallan
cuando el primer tiempo termina con los alemanes perdiendo 2 a 1.
El comandante de las
tropas de ocupación envía a su asistente a los vestuarios. Los jugadores del
Dínamo escuchan la advertencia:
– Nuestro equipo
nunca fue vencido en territorios ocupados.
Y la amenaza:
– Si ganan, los
fusilamos.
Los jugadores
vuelven al campo.
A los pocos minutos,
tercer gol del Dínamo. El público sigue el juego de pie y en un solo y largo
grito. Cuarto gol y el estadio se viene abajo.
Súbitamente, antes
de hora, el juez da por terminado el partido.
Los fusilaron con
los equipos puestos, en lo alto de un barranco.
Eduardo Galeano.
Días y noches de
amor y guerra (1978)
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