jueves, 21 de noviembre de 2024

EL CANTAR DE LOS NIBELUNGOS

 


Cierto día a la hora de vísperas alzose gran alboroto por multitud de caballeros que, en el patio del castillo, se entregaban, para divertirse, a juegos caballerescos.

La hermosa Krimilda dijo: «Yo tengo un esposo al que deberían pertenecer todos estos reinos. Solo tienes que ver su porte y mirar cuán magnífico sobresale entre los otros guerreros, como la brillante luna se destaca entre las estrellas».

Ahora replicó la señora Brunilda: «Por muy gallardo que sea tu esposo, por bravo y apuesto que sea, tienes que admitir que Gunter, tu hermano, lo aventaja. Tú tienes muy altas pretensiones, pero me gustaría ver ahora si se rinden los mismos honores a tu persona que a la mía».

Habló ahora la señora Krimilda: «Hoy tienes que comprobar que yo soy noble de derecho y que mi esposo es más preciado que el tuyo. Hoy será menester que vea la corte si me atrevo a entrar en la iglesia delante de la esposa del rey».

Llegaron ambos cortejos a la par delante de la catedral. Entonces, la soberana del país, empujada por su odio, mandó pararse de mal talante a Krimilda: «Una sierva no debe ir delante de la esposa de un rey».

Habló entonces la hermosa Krimilda con ánimo airado: «Si hubieras podido callarte, más te habría valido. Tú misma has ultrajado a tu propia persona. ¿Cómo pudo la barragana de un vasallo llegar a ser jamás la esposa de un rey?».

«¿A quién tratas tú de barragana?», replicó ahora la mujer del rey.

«A ti», contestó Krimilda, «pues fue Sigfrido, mi esposo bien amado, quien primero halló en ti cumplido deleite. No fue mi hermano quien conquistó tu doncellez».

Anónimo, Cantar de los Nibelungos

(traducción de Emilio Lorenzo)

 

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