MUERTE Y HUMANIZACIÓN DEL HÉROE
Va sintiendo Roldán que su vista decae
y se pone de pie en un esfuerzo supremo.
El color de su cara va desapareciendo.
Una piedra muy fría se encuentra allí delante,
la golpea diez veces con dolor y con rabia.
El acero rechina: no se mella ni rompe,
y dice el conde así: "¡Santa María, váleme!
Mi buena Durandarte, ¡qué pena que me das!
Ahora que me muero, te tendré que dejar;
¡gracias a ti he vencido mil batallas campales
y mil extensas tierras dominé con tu acero,
que ahora son de Carlos, el de la barba cana!
¡Que no te empuñe nadie que ante otro se arredre!
Durante mucho tiempo te tuvo un buen vasallo:
nunca habrá quien te iguale en la Francia bentita".
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