CAP. CXVIII. Cómo Tirante fue herido en el corazón con una flecha que le tiró la diosa Venus porque miraba a la hija del emperador
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ientras el emperador decía tales o semejantes palabras, los oídos de Tirante estaban atentos a su razonamiento, pero los ojos, por otra parte, contemplaban la gran belleza de Carmesina. Y por el gran calor que hacía, porque había estado con las ventanas cerradas, estaba medio desabrochada, enseñando los pechos, cual dos manzanas del paraíso que parecían cristalinas, las cuales permitieron la entrada a los ojos de Tirante, que desde este momento ya no encontraron puerta por donde salir, y para siempre quedaron prisioneros en poder de persona libre, hasta que la muerte de los dos les separó. Y en verdad puedo deciros que los ojos de Tirante jamás habían recibido semejante pasto, por muchos honores y placeres de que hubiese disfrutado, pero éste de ver a la infanta era único. El emperador cogió por la mano a su hija Carmesina y sacola de la habitación. El capitán cogió del brazo a la emperatriz y entraron en otra habitación muy bien entoldada y todo alrededor historiada con los siguientes amores: de Floris y Blancaflor, de Tisbe y de Píramus, de Eneas y de Dido, de Tristán y de Isolda, y de la reina Ginebra y de Lanzarote y de muchos más, cuyos amores con muy sutil y artística pintura estaban representados. Y Tirante dijo a Ricardo:
_Nunca creí que en esta tierra hubiese tantas cosas admirables como estoy viendo.
Más que nada lo decía por la gran belleza de la infanta. Pero aquél no lo entendió.
Tirante tomó licencia de todos y fuese a la posada, entró en una habitación y puso la cabeza sobre la almohada, a los pies de la cama. No tardaron mucho en venir a decir le si quería almorzar. Tirante dijo que no, que le dolía la cabeza. Estaba herido de aquella pasión que a muchos atrapa: Diafebus, viendo que no salía, entró en la habitación y le dijo:
_Señor capitán, os ruego, por favor, que me digáis cuál es vuestro mal, pues si puedo procuraros algún remedio, lo haré con mucho gusto.
_Primo mío__dijo 'I'írante_, no hace falta conozcáis mi mal por ahora; no tengo otra cosa sino que el aire del mar * me ha descompuesto.
_¡Oh capitán! ¿Queréis esconderos de mí, que he sido el archivo de cuantos bienes y males habéis tenido, y ahora, por tan poco, me apartáis de vuestros secretos? Decídmelo, os suplico, y no queráis esconderme nada que os afecte.
_No queráis atormentarme más _dijo Tirante_, que nunca sentí mal tan grande como el que ahora siento, que me llevará a una muerte miserable o a una descansada gloria si no me es contraria la fortuna, ya que el fin de todas estas cosas es dolor, porque el amor supone amargura.
Y, por vergüenza, volviose del otro lado sin atreverse a mirar cara a cara a Diafebus, y no pudo salirle de la boca otra palabra sino decir:
_Yo amo.
En cuanto lo dijo, destilaron sus ojos vivas lágrimas entre sollozos y suspiros. Diafebus, viendo el avergonzado comportamiento de Tirante, comprendió la causa, porque Tirante reprendía a todos los de su linaje y a todos sus amigos cuando se trataba de amores. Les decía: «Estáis locos todos los que amáis. ¿No os da vergüenza privaros de libertad y poner la en manos de vuestro enemigo, que antes dejará que perezcáis en lugar de concederos merced, y se burla de todos vosotros?» Pero veo "que él ha caído en el lazo, pues no hay fuerza humana que sepa resistirlo.
Y pensando Diafebus en los remedios que tal mal necesitaba, con aire compasivo y amable dio principio a estas palabras.
*«jo no tinc altre mal sino de l'aire de la mar [l'aire del amar]» (calambur)
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