sábado, 19 de enero de 2019

MANUAL DE ORTOGRAFÍA, Pilar Galán.

 
  No preguntas nunca, me acaricias. Dibujas interrogaciones con tus dedos. Me llenas de puntos suspensivos, salpicas la cama de cursivas.

     Intento hablar, no me dejas, me tapas la boca con tus manos, me llenas la boca de tus manos, como si atraparas mis palabras, me arrancas las cosas que quiero decirte y las arrojas fuera.
(...)
     Luego, abrazada a ti, pregunto, no contestas, no me mimas, no dejas ni un resquicio a la esperanza. Dices, acabará pronto, tiene que acabarse, mientras tus dedos acarician mi espalda, te irás, cuando tú quieras, somos libres. Dejas caer tus palabras con descuido, sin miedo, certeras como dardos, agudas. Las recibo en silencio, sin protesta, me dejo hacer. Como siempre, también en esto me llevas ventaja.
(...)
     Luego me ducho rápido, en silencio. Me da vergüenza mostrarte ahora mi cuerpo desnudo. Salgo disparada, sin mirarte, pero aún me queda aguantar tus bromas, tu intento según tú de quitar hierro a los asuntos...

     A cada duda respondes con certezas. Digo, me hace daño venir. Dices tú, no vengas. No es tan fácil, te contesto. Si te sientes mal, no vengas, repites, tan distante que dan ganas de arrojarte a la cara tus caricias.

     Hablas mejor que yo, al menos de estos temas. Estás acostumbrado a tratar con sentimientos: los vendes, los pesas y analizas, subrayas, recortas, coloreas. Pones negritas y mayúsculas, llevas una base de datos con comillas. De cuando en cuando sacas una frase, la agitas ante mí, la estiras, desempolvas su sujeto y predicado. Esto dijiste la semana pasada. Otra vez prometiste que no iba a pasar nunca más. No te quejes ahora. 

     No puedo pelear contigo en ese campo, tienes razón. Me asustan tus adverbios: nunca, siempre, ahora, sobre todo ese ahora elástico y perecedero en que quieres instalar lo que me pasa. Que dure lo que tenga que durar, me dices, eligiendo con mimo las palabras.

     Yo me callo. Me trago sustantivos, nexos, oraciones enteras. No me atrevo a hablar. Sé que tú tampoco, que lo que me dices no es del todo cierto, que te has blindado contra mí para no hacerte daño. Te prefería al principio, sobre todo, cuando jurábamos de verdad que las cosas eran imposibles, que nada iba a suceder, que no podíamos ser tan locos. Cuando intento decírtelo, te sonríes. Si sé que vas a dejarme para qué enamorarme de ti, no puedo enamorarme de alguien que no me necesite.

     Asiento, con un nudo en la garganta, con un tapón que forman subjuntivos, los si fuera del mundo, los acasos, los ojalá que me prohibes porque no tienen sentido. Solo hablamos en imperativos e indicativos. Nunca condicionales, nunca deseos. Tu gramática no deja lugar al imperfecta, no caben tampoco los futuros. En tu sintaxis todo es enunciativo, breve, rápido y certero.

     Dices, si no quieres venir, no vengas, no me llames, no me busques. Sé sensata. No utilizas nunca un adjetivo. Tu lingüística está hecha con los años que me sacas, a jirones de otras mujeres, de cosas pasadas, y la impones con energía a tu discípula, sin piedad alguna por mi bien. Sigue las instrucciones y no saldrás dañada. Pero yo no puedo ser tan fría.
(...)
     Al compás de los días enhebro mi discurso, reparto con cuidado conjunciones, añado núcleos mentirosos, digo: tenemos que dejarlo, me haces daño, pero mi mano se empeña en escribir, acude, corre, dame besos, deja que mi cuerpo nazca par tus dedos, dibuja otra vez interrogaciones, no preguntes.

     Salpico mi texto de cursivas, subrayo lo importante, distribuyo mayúsculas y negritas, razono, expongo mi tesis, intento ser sensata, construyo un texto argumentativo, te narro, dialogo, trato de describirte, me convierto en narrador omnisciente, me vuelvo personaje, escribo prólogos y epílogos, me muero por borrarte de mi índice.

     Con mi texto corregido, te llamo el día anterior como una niña, temblando de los pies a la cabeza, presintiendo como siempre que vuelvo a equivocarme. La pasión empieza en el segundo exacto en que empiezo a marcar tu número.
(...)
     Contestas por fin. (...) Luego, como siempre, hago el ridículo.
(...)
     No preguntas nada, me acaricias, dibujas interrogaciones con tus dedos, salpicas la cama de cursivas. Mi cuerpo es tu folio en blanco, lo dibujas, lo llenas de palabras nunca dichas, arrancas jadeos y aliteraciones, curvas de entonación, acentos, súplicas... Me muero en cada palabra que no dices, despierto en cada caricia sin sonido.

     No preguntas nada, solo recorres las páginas con tus manos, borrando subrayados, tesis, conclusiones, riéndote a carcajadas del narrador omnisciente, mezclando descripciones, comas, negritas y mayúsculas.

     Y, cuando estoy vacía, me llenas de nuevo, con tus signos.

     Pon punto final.

     Te lo suplico.

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