sábado, 16 de octubre de 2021

LA ODISEA: ESCILA Y CARIBDIS

 Ulises recordó entonces las palabras de Circe. 

«Deberás elegir entre dos rutas: una transcurre entre grandes peñascos, errantes los llaman, pues, con sus movimientos hacen rugir el mar y matan a quien intenta atravesarlos. Ninguna nave, salvo la noble Argo, guiada por Jasón, salió sin daños. Podrás ver que, en aquella parte, el mar está sembrado de cuerpos y de tablones de barcos. 

La otra ruta es la que atraviesa los dominios de Escila y Caribdis. Quien se atreva a navegar por sus aguas se encontrará encerrado entre dos peñascos. 

A un lado, en la cima de una montaña, vive la feroz Escila, en una gruta oscura. Nadie puede acceder hasta ella, pues la roca es lisa y no se pueden sujetar los pies y las manos. Tampoco puede alcanzarla ningún arma, ni flechas ni afilada lanza. Escila tiene seis horribles cabezas, sujetas por seis larguísimos cuellos. Cada cabeza tiene una boca con tres filas de dientes apretados. El monstruo se apoya en doce patas, pequeñas y deformes. Como es tan terrible no se muestra jamás sino que desde su gruta acecha y aguarda a sus presas, delfines, grandes cetáceos, barcos con sus marineros... 

El peñasco de enfrente, separado apenas de la morada de Escila por un tiro de flecha, es más bajo. En él crecen frondosas higueras. Debajo vive Caribdis. El monstruo engulle el agua tres veces al día formando grandes remolinos, y, tres veces, la vomita. Nada escapa a su fuerza. Ningún barco ha podido librarse de la destrucción una vez engullido por Caribdis». 

De entre las dos rutas Ulises prefirió tomar la de Escila y Caribdis. Nada les había contado a sus hombres sobre semejantes seres monstruosos. 

Entraba ya la nave en los dominios de Escila cuando unas olas inmensas comenzaron a levantarse. De repente se escuchó un rugido infernal. Los marineros, presas del pavor, soltaron los remos. 

Ulises intentó infundir a los suyos algo de valor. 

–¡Ánimo, amigos! Hemos pasado ya por numerosas calamidades. Todos habéis demostrado vuestro coraje y, con él y mi astucia, saldremos indemnes. Remad sin descanso. ¡Tú, timonel, no pierdas el rumbo! 

Los hombres acataron las órdenes y de nuevo avanzó la nave impulsada por los remos. 

Aunque Circe le había advertido que de nada le servirían las armas, Ulises se vistió con su armadura completa y tomó dos lanzas. Desde la proa, observó de arriba abajo la peña sombría por si veía surgir a la feroz Escila. 

Al otro lado, Caribdis sorbía con furia las aguas del mar y dejaba ver la tierra oscura que había debajo. Cuando las devolvía, formaba dos grandes torbellinos que subían y volvían a caer con gran estruendo. Mientras Ulises y los suyos miraban a Caribdis, Escila asomó sus horribles cabezas y atrapó a seis de los mejores hombres. 

–¡Auxilio! ¡A mí, Ulises! –gritaban los infortunados. 

Ulises se giró veloz. Varias manos y piernas se agitaban en el aire, pero no pudo impedir que el monstruo los llevara a su gruta y allí los devorara. 

Esa fue la imagen más triste que Ulises recordaría de cuantas divisaron sus ojos a lo largo del viaje. 


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