sábado, 16 de octubre de 2021

LA ODISEA: LAS SIRENAS


 Cuando volvió del Hades, Ulises envió a sus hombres al palacio de Circe, la divina hechicera. La maga les ofreció comida en abundancia y también vino espumoso. Cuando luego fueron a dormir, Circe habló a Ulises de las aventuras que habrían de afrontar en el futuro, pues la maga tenía entre otros el don de la adivinación. 

Muy pronto se iban a cumplir sus presagios. El primero fue el encuentro con las Sirenas, unos seres malignos que con su dulce canto atraían a cuantos marineros osaban navegar por sus aguas para hacerlos perecer. 

Circe había advertido a Ulises que solo a él le estaría permitido escuchar su canto, pero que debía atarse al mástil de pies y manos para no ceder a la tentación de marchar con las sirenas. La maga también le había dado cera para taponar los oídos de sus hombres, de tal modo que ellos también pudieran eludir su hechizo. 

Navegaban ya cerca de las praderas, cuando la dulce voz de las sirenas empezó a inundar el aire. 

–Ven, valiente Ulises, acércate –susurraban–, pues ningún mortal sale de aquí sin escuchar nuestro dulce canto. Quien lo escucha aprende muchas cosas, pues conocemos todo lo que ocurre en el extenso mundo. 

Un deseo irrefrenable de correr hacia ellas comenzó a dominar la mente de Ulises. Suplicó con gritos lastimeros a sus hombres e hizo gestos para que le soltaran pero sus fieles capitanes Perímedes y Euríloco ciñeron aún con más fuerza los nudos que le sujetaban y añadían a una, otra atadura. 

Así Ulises se convirtió en el único mortal en escuchar su canto sin acabar inerte en sus playas. 

Una vez que la nave se halló lejos del dulce canto de las sirenas, los hombres lo desataron y se sacaron los fragmentos de cera de sus oídos. 

Continuaron la navegación y, al perderse de vista la isla, el más humano de los héroes comenzó a sentir el vapor y el terrible rugido del mar. Se acercaban a Escila y Caribdis. 


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